La historia de la joven angolina que se opone a la Teletón y sueña con la inclusión
“Tuve suerte de llegar porque un colectivero se apiadó de mí y me trajo” es la primera oración que dice –de forma muy natural- Mariana Elizabeth Manzo Sepúlveda, una joven angolina de 26 años que sufre de Mielomeningocele, una malformación congénita más conocida como Espina Bífida, que le impide movilizar y sentir sus piernas.
Es martes y las temperaturas en Angol superan los treinta grados. Pero a Mariana eso no le importa, porque está acostumbrada al intenso calor que se deja sentir en la zona. Lleva 18 años viviendo en esta ciudad, la misma que la ha visto crecer y sobreponerse a los obstáculos que para ella ha significado ser una persona con capacidades diferentes.
“Nací en Santiago, pero llegué chica a vivir a Angol, lo que agradezco porque en la capital habría sido mucho más difícil para mí trasladarme de un lugar a otro. A veces viajo para allá porque tengo familiares, pero siempre es un caos, el transantiago, la gente, todo”, comenta.
Si bien cuenta que su condición le ha traído una que otra ventaja, como poder ingresar gratis a la final de la Copa Sudamericana en el 2011, cuando el equipo de sus amores, la “Universidad de Chile”, ganó el máximo trofeo frente a Liga de Quito en Santiago, también reconoce que su vida no ha estado exenta de discriminaciones, lo que le ha provocado más de alguna frustración y angustia.
“Antes me achacaba caleta, pero ya no tanto, ahora si necesito ayuda la pido no más. Aunque igual a veces tengo que estar como 45 minutos esperando a que alguien me ayude a cruzar la calle, o que un colectivo me lleve”, dice con la mirada fija hacia calle Prat, lugar por donde pasa la locomoción en Angol y donde ella recurrentemente espera con paciencia a que otras personas la auxilien para poder llegar a su casa.
Mariana trata de hacer su vida lo más normal posible. Si tiene que recorrer la ciudad de un lugar al otro, lo hace. Tiene buenos amigos que la invitan a salir de vez en cuando y ella trata de compartir lo máximo posible, porque es su forma de sentirse integrada, según cuenta. “Conozco a casi todos los minos de los realities y novelas que vienen a las disco”, dice riendo enérgicamente.
Sin embargo, no siempre esa socialización que tiene con su entorno ahora ha sido de la misma manera. Recuerda con algo de tristeza que en la Enseñanza Media unos compañeros del Colegio Concepción de Angol –que ya no existe- intentaron botarla hacia la escalera, desestabilizándole la silla de ruedas en la que se mueve. “Fue una etapa donde un grupito de compañeros hombres me hicieron mucho bullying, pero gracias a una profesora dejaron de molestarme. Igual fue algo que me marcó”, recuerda.
Ya una vez licenciada de cuarto medio, Mariana ingresó a la carrera de Técnico en Trabajo Social del CFT Andrés Bello sede Angol, plantel educativo del cual atesora muy buenos recuerdos. “Ahí siempre me ayudaron, tanto los profesores como mis compañeros. Ya hace varios años que terminé mi carrera, pero siempre estaré agradecida de la entrega y atención que tuvieron conmigo”, señala.
Al preguntarle cómo ha sido su inserción en el mundo laboral, Mariana baja la mirada hacia un jugo de frambuesas que sostiene en sus manos, lo revuelve una y otra vez, como buscando en él las palabras precisas para describir una situación que no le agrada. De pronto suelta que “Es esta etapa de mi vida la más complicada, porque me ha costado mucho encontrar un trabajo que yo pueda realizar. Llevo más de dos años sin encontrar nada y eso me angustia un poco.”
Antes de estos dos últimos años de búsqueda, Mariana trabajó en la Casa regional de la Inclusión de Angol, lugar donde –asegura- se sintió discriminada. “Me echaron porque necesitaban a alguien que pudiera cumplir funciones que según ellos yo no podía hacer. Al llegar había que dar la luz, por ejemplo, y yo no alcanzaba el medidor, lo que causaba mucha molestia en las personas que administraban. Nada más contradictorio para mí que en la misma Casa de la Inclusión, que yo pensaba era el trabajo ideal, me discriminaran.”
Después de estar ahí algunos meses, entró a trabajar como secretaria a la Dideco de la Municipalidad de Angol. También trabajó de cajera en el supermercado Único, pero “las matemáticas no son lo mío y me terminaron despidiendo”, reconoce. “Igual mis colegas hablaron con los jefes para que me dejaran pesando pan, por último, pero al final me desvincularon igual”, profundiza.
Después de todas esas experiencias ¿Crees que Angol es una ciudad poco solidaria con las personas que tienen capacidades diferentes?
Yo creo que la gente en general es solidaria en Angol. Me ayudaron harto con la Lucatón, evento en Facebook con el que logré reunir parte de los siete millones que me costó esta silla de ruedas (responde mientras se mueve orgullosamente en círculo en su moderna silla de ruedas color negro con rojo, que funciona a control remoto y con un motor casi imperceptible, que está incorporado en la parte de las ruedas).
¿Y en el ámbito de la inclusión laboral?
Por ese lado yo creo que no, porque he ido a muchas entrevistas y coincidentemente nunca me dejan, aunque cumpla con los requisitos que piden. Y eso que he postulado a diferentes trabajos, aunque reconozco que desearía ejercer lo que estudié antes de otra cosa.
¿Cuál sería un trabajo ideal para ti?
Cualquiera donde pueda ejercer mi carrera que es Técnico en Trabajo Social. Podría ser en una Fundación o alguna entidad del Estado.
¿Qué opinas de la Teletón?
Fui a la Teletón prácticamente desde que nací, hasta los 20 años, que fue la edad en la que me dieron de alta, y pienso que la gente que trabaja allí es hermosa, me ayudaron mucho, pero la Teletón como show televisivo no me gusta, creo que vulnera por completo nuestros derechos como personas. Pasa a llevar nuestra honra, nuestra dignidad, juega sin pudor con el morbo y nos hace parecer ante el país como víctimas. Es verdad que a ratos necesitamos ayuda, pero tampoco es que andemos pidiendo limosna como la teletón lo hace ver.
Entonces ¿No estás de acuerdo con que se haga?
Mira, a los cinco años fui al casting para ser la niña símbolo, porque don Francisco me conoció en un centro de la Teletón y encontró que tenía “pasta” para niña símbolo, pero no estoy de acuerdo con la forma en que se trata de convencer a las personas para que vayan al banco. Al final se apela a lo más básico y no se habla de educación inclusiva, que es lo que queda el resto del año. Acá el Banco Chile, que es el banco de la Teletón, no tiene ni rampa para que podamos ingresar los que andamos en silla de ruedas. Esas pequeñas cosas también debieran ser tema y no lo son.
¿Crees que para el Estado la inclusión ha sido una prioridad?
Se han hecho algunas cosas, pero no es suficiente, de lo contrario no estaríamos hablando de la Teletón. Pienso que debiera existir un fondo de salud que cubra los gastos de los Centros de Rehabilitación, para que no estemos todos los años dependiendo del bolsillo y la generosidad de las personas. Y más que leyes, como algunos dicen que hay que hacer, creo que hay que empezar por respetar las que ya existen. Hoy existe una ley que les exige a las empresas incluir a personas con alguna discapacidad y nadie fiscaliza si se cumple o no. Si tan sólo eso se respetara, yo no estaría sin poder desarrollar mi vocación.
Mariana termina de beber su jugo y se despide cariñosamente con un abrazo. Ha terminado de relatar a grandes rasgos la realidad que enfrenta día a día. Ahora debe dirigirse al gimnasio donde practica Karate. Se niega a ser trasladada en vehículo hasta el lugar de sus clases. “Me queda a sólo dos cuadras”, explica alegremente. Da media vuelta, enciende el motor de su silla y respira profundo, como recuperando fuerzas para desafiar a quienes la discriminan, con ese cinturón naranjo con el que hace un tiempo su Sensei la ha reconocido.
Por Denisse Silva
COMENTA...